Hay una regla implícita: tu +1 en una boda no puede ser cualquiera. Si estás empezando a salir con una persona, llevarla es muy mala idea. Es una noche de ilusiones y presión social. Es como echarle esteroides a la relación, en 5 horas pasas del primer mes al décimo. Es por esto que prefiero ir con una amiga que con alguna chica con la que salgo. Aunque hay veces que las cosas no salen como uno espera. Hoy les vengo a contar la noche en que mi +1 llevó un +1: su vibrador
“No quiero ir, pero tengo. Vamos un rato, comemos, bebemos y nos burlamos de la gente. Lo que hacemos siempre pero vestidos de gala”. Fue el mensaje que le mandé a esa amiga que siempre me acompaña a estos eventos. Casi nunca nos vemos, pero cuando lo hacemos la pasamos bien. Más calidad que cantidad. Ella venía saliendo de un despecho, yo venía dando tumbos sin rumbo, una lista interminable de citas sin sentido. Era el momento ideal para ponernos al día.
Mientras más nos acercabamos al salón de fiesta, la música y nuestra risa iban tomando espacio. En los planes nunca estuvo ir a la iglesia, pero luego de esa noche me arrepentí. Justo antes de entrar me avisa que me va a enviar un link. El cual no logro ver porque nos encontramos con la primera persona. Un poco de conversaciones banales y fingir interés. Ella como siempre educada y dulce hace que mi mamaguevismo no brille. Muestra interés, hace que la conversación fluya y que todos estemos involucrados. “Todavía no me tomo el primer ron” Logramos safar. Caminando hacia el bar me da un control y me recuerda el link. Me guardo el control y veo el vínculo, un vibrador. “Falta para tu cumpleaños, pero ok” su primera risa pícara y el inicio de la segunda conversación banal. No sé quienes son estas personas. La conversación se vuelve interminable. Me aíslo. Saco el control y lo veo. Bastante chico y con un solo botón. Vuelvo a perder el interés. Saco el cel. Regreso al link, un vibrador que se coloca en la ropa interior. No entiendo nada. Su segunda risa pícara. Caigo en cuenta. No lo quiere, lo tiene.
Ella y yo nunca hemos tenido nada. Solo una amistad muy sincera y sin filtros. Nunca se me había pasado por la cabeza. Incluso tuvimos un momento llenos de picardía, pero fueron en algunas salidas en pareja para que ella o yo lográramos nuestro objetivo. Me disculpo y me alejo de la conversación. Abro el link y busco donde bajar la aplicación para tomar el control, pero no lo veo. Abro Google y nada. Tengo que volver a la conversación, guardo el cel pero choca con algo, el control. No hay app, hay control. Toco el único botón y automáticamente ella hace una pequeña pausa, pero sigue con la conversación. La tercera risa pícara. Que despistado soy.
Vuelvo a la conversación. Algún chisme sobre un familiar, un poco de política y obviamente el clima. Misma excusa, “llegué hace 20 minutos y no he tomado un ron” Volvemos a huir. “soy un bruto. No entendí nada. Pensé que era con un app, por eso andaba pegado al cel”. Luego de una mirada de esas que hacen daño, responde “sigues sin entender. Nunca lo apagaste. Se prende y se apaga. No es que cada click manda una vibración”, así que logro apagarlo. Ya entendí, pero entramos a otra conversación.
La información es poder. Yo soy el director creativo de mi compañía, pero la mitad del tiempo se me va estudiando datos. Tengo apps que me dan información de los usuarios, videos, la retención etc. Igual que en mi día a día. Para cocinar al sous vide uso un app que te deja la proteína en su punto exacto, porque cálculo temperatura y tiempo. Todos mis entrenamientos se basan en apps y datos. Nos hemos vuelto esclavos de las aplicaciones, pero aquí estoy. Con un control de 3×3 con un solo botón. Volviendo a lo sencillo.
Yo puedo decir que se todo sobre ella, pero en esta materia solo vi la parte teórica. Sé que le gusta y que hace, no sé leer su mirada, que le impulsa a seguir, cuál es su límite, no sé que hace que cambie la respiración. Hay muchos datos que no se aprenden con la teoría, hay que vivir la práctica. Apretar por dos segundos prende y apaga. Al estar encendido, un click cambia la velocidad. Su risa pícara, la forma como pierde el sentido de la conversación, como se agarra la cadera y la necesidad de poner el ron en la mesa, eran algunos de los datos que tenía. Al principio era el niñito que va perdiendo en las maquinitas y le da a todos los botones sin sentido. Luego llevé el juego a otro nivel.
Más de una hora en la boda y casi no hemos podido estar solos, aunque sí hemos tenido intimidad. “Estoy sola y triste. Ladillada de coger con puro tarados. Compré varios juguetes y bueno quería probarlo. Te toco a ti”. Ya perdí la cuenta, pero entramos en otra conversación banal. Luego de hablar del clima, la novia y un poco de política caemos en un tema, que al parecer, está de moda “Es que si sigue así la van a dejar. Va a terminar sola con sus gatos. Le va a tocar vivir del vibrador.” Dejé a un lado mi título de maestro del control y volví a ser el niño que le da a todos los botones. Es impresionante como todavía muchos ven a los juguetes sexuales como un contrincante, como el plan de consolación. Esa es la gente que piensa que ir al psicólogo es de locos. No es que los juguetes sea solamente un tema de la revolución feminista. Tampoco está allí para cubrir el déficit. Mucho menos para que te lo metan a ti. Es parte del juego, de la pareja, de la intimidad. Hago lo que hacen los amigos, alzo la voz y tomo la conversación. Sé que mi amiga perdió su dulzura y educación, es un tema que ahora es delicado. Así que como amigo la defiendo y activo el botón. Termino mi punto con “Mejor soltera que en una relación monótona y sin sentido. Pero bueno nos vamos a bailar”
“Marico, me tiembla todo. Así no puedo bailar” No se se si me agradeció por apagarlo o por defenderla. Llena de impotencia me enumera las veces que le han dicho puta por querer meter juguetes en la cama. Un click dice más que mil palabras. “Esa mentalidad es tan absurda como pensar que íbamos a bailar” Otro ron. En la barra ella se encuentra con alguien.Tienen algo en común y no es el sobrepeso en su ropa interior; los dos quieren bailar y no tienen con quien. Se me acerca para que le guarde el cel y me dice “por favor apágalo. Quiero bailar.” Apago la vaina. Pido un shot de jagermeister y me pongo al día con las RRSS. Es hora de ir al baño. Me acerco, me ve, le hago la seña de que voy al baño y me da su aprobación. Ella sigue bailando, me quedo esperando, de nuevo, el contacto visual. Nuestras miradas se encuentran. Ella no entiende porque la sigo viendo. Pero apenas se enciende, cae en cuenta que era lo que estaba esperando.
Es arrecho como la inseguridad de uno afecta a la pareja. Muchas veces uno termina proyectando en otras personas las debilidades. Nuestros seres cercanos terminan pagando los platos rotos por temas que tenemos que trabajar. Yo no recuerdo cuándo fue la primera vez que una jeva me propuso usar un juguete o inventar algo diferente. Imagino que el desconocimiento y lo que se decía hace años me hizo dudar en algún punto, pero estoy seguro que fueron segundos. Estamos llenos de prejuicios que se han formado años tras años pero con un poco de pensamiento y sentido común es fácil deshacerse de ellos.
Debo confesar que abusé. En un par de ocasiones me pidió un descanso, para poder pensar, comer, bailar…Pero el poder es un vicio. Ella me conoce, es un poco soñador pensar que sería diferente. Lamentandolo mucho, ni el poder, ni las baterías son eternas. No volvió a tener la necesidad de dejar el ron en la mesa. Fue una noche extraña. Intimidad con una amiga que nunca había tenido en cuenta, un poco de control, llevar todo al límite. Hasta donde llegamos, el jueguito, el descaro, la tentación. Nunca pensé dejar pasar tequeños en una boda por tener las manos ocupadas. Las apps y la tecnología son nuestros grandes aliados. Nada como tener ese montón de información a la mano, entender cómo se comporta el mercado. Pero no olvidemos el comportamiento humano. Celebrar que un cliente cierre los ojos al comer, que haga un baile cuando llegue el postre y sobre todo que se agarre la cadera cuando pulse el botón. Las apps no nos dan esos datos.
Imagino si llegaste hasta acá es porque estás lleno de dudas. ¿Es real? ¿Cómo siguió la noche? ¿Cómo quedó la amistad? Aunque quisiera, no puedo dar más detalles. Fue una historia de 2, bueno de 2+1.